RICHARD GLATZER (Guionista - director)
Ha sabido establecerse como cineasta independiente al tiempo que produce algunos de los telefilms estilo “reality” de mayor éxito. Su primera película, «Grief» (1994), abrió nuevos caminos al tratar la crisis del sida con humor y profundidad. La película compitió en Sundance y ganó el Primer Premio del Festival de San Francisco.

Obtuvo el doctorado en Literatura Americana por la Universidad de Virginia y publicó una aclamada colección de ensayos acerca de Frank Capra. Para televisión, se ha ocupado de «Los Osbournes», de MTV, «Road Rules» y «Tough Enough». Con Tyra Banks y Ken Mok creó el famoso programa «America’s Next Top Model», ahora en su sexta temporada.


WASH WETSMORELAND (Guionista - director)
Ha realizado aclamados documentales y programas de televisión. En 2004 se despojó de sus afinidades políticas para documentarse, escribir y dirigir una película acerca de los atormentados gays republicanos. El documental fue galardonado con el Premio del Público al Mejor Documental en el Festival AFI.

Nacido en Leeds, Inglaterra, se licenció en Ciencias Políticas en la Universidad de Newcastle- upon-Tyne antes de trasladarse a Estados Unidos. En 1994, cuando vivía en Nueva Orleans, le picó la mosca del cine y realizó un corto, «Squishy Goes Porno», que se convirtió en película de culto de forma instantánea. Después se mudó a Los Ángeles para trabajar en la industria cinematográfica. En 2000 codirigió su primer largo con Richard Glatzer, «The Fluffer/El estimulador», basado en sus observaciones de dicha industria. La película se estrenó en el Festival de Toronto y en el Festival de Berlín.

«QUINCEAÑERA» es una historia basada en las tensiones raciales, de clase y sexuales de un barrio latino obrero en plena transición.

Deseábamos hacer una película que celebrara la vida diaria, que tratara de las cosas pequeñas que crecen gradualmente; una película con políticas oblicuas, humor inesperado, emociones que se hicieran más poderosas mediante la moderación; una película que fuera más allá de lo habitual.

En 2004, nuestros vecinos nos pidieron que fuéramos los fotógrafos oficiales de la Quinceañera de su hija. Nos hablaron de ello en enero aunque la celebración no tendría lugar hasta junio. Esta antelación nos dejó entrever los elaborados preparativos necesarios para una Quinceañera. Domingo tras domingo, unas doce amigas de la chica aparecían para practicar el vals en el patio trasero y, poco a poco, nos fuimos dando cuenta de la importancia que tenía el acontecimiento no solo para la chica, sino para toda su familia.

Llegó el gran día. La ceremonia tuvo lugar en una iglesia muy popular en un centro comercial en Sunset Boulevard. Todas las chicas iban vestidas de rosa, la iglesia estaba decorada en rosa, había flores rosas por todas partes. Nuestra joven vecina, transformada en una belleza luminosa, el pelo recogido con una tiara y vestida de seda, avanzó lentamente por el pasillo central al son de la marcha de Aida. Los chicos, todos vestidos de esmoquin, observaban la escena con desapego masculino. El día era de las mujeres. Celebraban abiertamente la juventud en flor, la pureza, la virginidad.

Aunque se celebró en una iglesia evangelista, la celebración tenía un carácter muy católico, con imágenes evocando a la Virgen María. De hecho, la Quinceañera es algo mucho más antiguo que la llegada del catolicismo a México ya que remonta a la civilización azteca donde los quince años se consideraban el paso de niña a mujer. La tradición perdura en pleno siglo XXI en Echo Park, Los Ángeles.

Unos cuantos tequilas más tarde, en un restaurante del barrio especializado en banquetes, la formalidad desapareció y los adolescentes dieron rienda suelta a su habitual energía. El reggaetón sustituyó a los valses de Strauss y la pista de baile se llenó de jóvenes bailando sin cortarse lo más mínimo. A los pocos minutos, cuatro generaciones se habían vuelto locas: tíos, primos, abuelas, ex miembros de bandas ahora regordetes bailando con niños, tías algo ebrias ligando con jóvenes machos. Y se nos ocurrió que podía ser una película.

Comenzamos el año 2005 con el objetivo de hacer una película acerca del barrio. Echo Park ha cambiado mucho. La avanzadilla del aburguesamiento, gays y artistas, han empezado a llegar. Los precios en alza crean un conflicto con la comunidad que ocupa el barrio y empieza a emerger una distribución racial codificada a pesar de que los agentes inmobiliarios rehúsan reconocerla al lanzar una nueva zona.

Ya teníamos un contexto para «QUINCEAÑERA». El viejo ritual transcurriría en un barrio en alza. A partir de ese momento, la película se desarrolló muy deprisa. Tardamos tres semanas en escribir el guión y conseguimos financiar el reducido presupuesto, un auténtico milagro. La idea era trabajar deprisa, barato y rodarlo todo en un radio de 1,5 km de nuestra casa. Y fue posible gracias al increíble apoyo que nos prestó la comunidad latinoamericana. Nos dejaron sus casas, volvieron una y otra vez para trabajar de figurantes, nos dejaron vestidos de Quinceañera, cocinaron para nosotros, se esforzaron en todo, además de decirnos cuándo dábamos en el blanco. Pero lo más importante es que nos avisaban si nos equivocábamos.

Los actores también fueron maravillosos. Después de pasar días oyendo a chicas de 18 años procedentes de Beverly Hills darnos una versión tipo culebrón de Magdalena, fue un placer descubrir a Emily Ríos. Su juventud, su fortaleza, su estilo tan del este de Los Ángeles y, sobre todo, su innegable talento era lo que buscábamos. Lo mismo nos pasó con Jesse García. Nos maravilló la electricidad y heroísmo sobrio que aportó al papel de Carlos. Luego, cuando Chalo González, un veterano que ha trabajado en películas de Sam Peckinpah como «Grupo salvaje» y «Quiero la cabeza de Alfredo García», dijo que si, supimos que habíamos dado con un filón.

Y al cabo de nueve meses, «QUINCEAÑERA» se convirtió en realidad. Es una película de la que estamos muy orgullosos.