Charlotte Gainsbourg (Lucy)
Debutó en la gran pantalla en 1984 con Palabras y música, de Elie Chouraqui. Otras películas suyas son L’effrontée, de Claude Miller (1985); La tentation d’Isabelle, de Jacques Doillon (1985); Jane B. par Agnès V., de Agnès Varda (1987); Kung-Fu Master, de Agnès Varda (1987); La pequeña ladrona, de Claude Miller (1989); Il sole anche di notte, de Paolo y Vittorio Taviani (1990); Aux yeux du monde, de Eric Rochant (1990); Amoureuse, de Jacques Doillon (1992); The Cement Garden, de Andrew Birkin (1993); Mala fama, de Michel Blanc (1994); Jane Eyre, de Franco Zeffirelli (1996); La bûche (Cena de Navidad), de Danièle Thompson (1999); El intruso, de David Bailey (1999); Félix et Lola, de Patrice Leconte (2000); Mi mujer es una actriz, de Yvan Attal (2001); 21 gramos, de Alejandro González Iñárritu (2003); L’un reste l’autre part, de Claude Berri (2004); Lemming, de Dominik Moll (2005), y La ciencia del sueño, de Michel Gondry (2006).

Entrevista con Charlotte Gainsbourg

¿Qué le atrajo de la aventura de «Nuevo Mundo»?
Cuando conocí a Emanuele Crialese, fue increíble, vivía para el proyecto, me contagió su entusiasmo hablando en una mezcla de italiano y de francés. El guión era apasionante, iba acompañado de documentos visuales: imágenes mágicas, lugares, rostros, barcos... Era una página de la historia que desconocía. Tuve la sensación de tocar algo muy auténtico de la cultura italiana, y no lo dudé ni un instante. Mi punto de vista era el de una extranjera, de hecho, interpreto a una extranjera en la película. No entendía lo que Emanuele quería de mi personaje, no acababa de ver su progresión, pero tenía ganas de participar en esta película coral. Entonces aún no sabíamos dónde se rodaría. Se barajaban nombres como Odessa, Marruecos, Turquía. Cuando me enteré de que debería pasar cuatro meses en Buenos Aires, separada de mi familia, me quedé atónita, pero estaba decidida.

¿Cómo preparó el personaje?
La primera etapa fue escoger el vestuario en Roma, mucho antes de empezar a rodar. Emanuele estaba muy abierto a lo que le proponía. Me preguntaba: «¿Qué color llevaría?» Me pareció interesante que llevara un vestido de cuello alto, muy rígido, que la diferenciara de las otras mujeres. Más tarde, en el barco, se suelta un poco más. También estaba la peluca. Que fuera pelirroja se convirtió en algo emblemático, pero no siempre fue así. Incluso se planteó que Lucy llevara el pelo cortísimo.

Está claro que su peinado debía diferenciarla de las demás.
No voy a quejarme, ya sé que hay papeles para los que se necesitan cinco horas de maquillaje, pero dos horas diarias para el maquillaje y la peluca me parecieron un auténtico calvario. No me había vuelto a poner un corsé desde Jane Eyre y me costó mucho adaptarme a la faja. Envidiaba a las figurantes que no tenían que llevar nada de eso. Pero también era una forma de meterme en el personaje; era como si llevara una máscara, como si estuviera en la piel de otra, y eso ayuda mucho.

Nadie sabe quién es Lucy, y lo que se sabe son chismorreos, ¿sabe algo más?
Me incliné por una prostituta con un pasado que prefiere olvidar, pero tampoco estaba segura. El día antes de empezar a rodar, tuve un momento de pánico. Fui a hablar con Emanuele para decirle que estaba perdida, que no entendía lo que hacía en la película, que no tenía bastante con los diálogos. Cuando los otros personajes hablan de ella, la mayoría de veces están improvisando, no había nada en el guión. Se quedó preocupado. No me extraña, ver a alguien con un ataque de pánico la víspera del rodaje. Luego me confesó que le había ayudado, que había sido como un electrochoque.

Pero, ¿qué le contestó?
¡Que lo pensaría! De hecho, me quedé con mi primera idea porque quería algo donde apoyarme. Sin embargo, no me incliné por hacer el personaje más vulgar, excepto el peinado. Durante el rodaje, Lucy siguió siendo misteriosa. Emanuele quería que todos dudaran. Un día, me dijo que también se podía imaginar otra cosa: que era una mujer de la alta sociedad rechazada por su marido y venida a menos. Inventamos varias biografías. Pero el personaje tiene una función simbólica: Lucy es la unión entre el antiguo y el nuevo mundo. Encarna una forma de modernidad.

¿Cómo ha sido rodar en dos idiomas, italiano e inglés?
Estudié italiano en el colegio, pero me pareció lejano e insuficiente. Le dije a Emanuele que debía estudiar italiano y tener a alguien que me enseñara a hablar italiano con acento inglés. Al poco de conocernos, me dio un periódico italiano y me dijo: «Lee». Lo hice y dijo que era perfecto, que no debía cambiar nada. Quizá trabajar el acento me habría ayudado. Me sentía desestabilizada cuando rodaba en italiano; tenía la sensación de ser ridícula, de hacerlo fatal. No sé si Emanuele se daba cuenta o si lo utilizaba como herramienta. Casi discutimos el día que rodamos la escena con el médico. Estaba harta de que no me dijera si iba a hacerla en italiano o en inglés, quería aprender el texto. Pero aguantó hasta el final y me dijo: «Bueno, la rodarás en inglés». Y cuando empezamos a rodar, cambió de idea y dijo: «En italiano».

El rodaje fue diferente de cualquier otro...
Desde luego. Debe ser la mayor aventura que he vivido en el cine. Además, Emanuele tiene un método de trabajo muy personal, con mucha improvisación, muchos cambios en el último momento en las escenas y en los diálogos. En Buenos Aires, empezamos con ensayos muy físicos. Por ejemplo, la tempestad. La muchedumbre debía aprender a moverse a la vez, a caerse unos encima de otros, todo debía estar coreografiado. Parecía un taller de teatro. Tenía dificultades para comunicarme con los otros actores y con los figurantes porque hablo mal italiano y español. Encima el primer contacto con ellos fue muy físico, y yo soy bastante inhibida. Tuve que tirarme de cabeza sin el menor pudor.

Rodamos las escenas del barco y, a continuación, las de Ellis Island. Para mí, lo más extraño fue el rodaje de las escenas en el puente. Emanuele nos convocaba a todos, actores y figurantes. Nos amontonábamos en un barco bastante pequeño y salíamos para pasar un día en el mar sin saber qué íbamos a hacer. Emanuele lo decidía según su inspiración. Estaba al servicio de la película, pero mi ego no tardó en aparecer. «¿Le inspiraré lo suficiente para que hoy me ruede o me quedaré en el camerino? Y si se trata de una escena de masas, ¿exactamente qué querrá de mí?» Iba y venía a
mi antojo. Observé mucho, era todo un espectáculo.

Lucy es un personaje que evoluciona, se hace más humana a medida que avanza la película...
Me gustaba su lado antipático, por ejemplo, la forma en que echa a una chica de su litera en el barco. Me habrían gustado más momentos así, me gustan los personajes antipáticos. Eso me permitió mostrar mejor su lado humano cuando llegó el momento. Pero incluso en Ellis Island sigue siendo altanera. Es su idioma, sabe lo que pasa, es diferente de los demás.

Sabía desde el principio que Vincenzo Amato estaría en la película y que debería interpretar una historia de amor un poco peculiar, que acabaríamos juntos. Estaba hecha de ligeros toques: el juego del escondite entre las bocas de ventilación del barco, la llegada a Ellis Island en la niebla. Sinceramente, no sabíamos cómo las montaría Emanuele y solo podíamos interpretar el momento.

Dice que acabarán juntos, ¿tan segura está?
Sí, soy muy optimista. Ya sé que es una tontería imaginar el futuro de esos dos personajes, pero soy así.

¿Cómo ve la película desde un punto de vista político?
Se puede pensar en la visión que ofrece de Estados Unidos, pero no he reflexionado mucho sobre eso. Es obvio que se mete con la estandarización: todas estas personas tan diferentes que vemos en Ellis Island acabarán en el mismo molde. Pero ante todo es la película de Emanuele, la llevaba en la cabeza y la hizo de cabo a rabo. Hice mi trabajo como actriz. Cada vez estoy más convencida de que hay que ponerse al servicio del director y disfrutar dejándose llevar, guiar, sin controlar nada. Me gusta mucho el principio de la película, la forma en que Emanuele sabe retratar la magia del antiguo mundo, cómo filma a las mujeres, la brutalidad que implica dejarlo todo, su sentido de la materia, sean cuerpos o paisajes. También el aspecto onírico y cómico. Es muy divertido ver una zanahoria gigante en un río de leche, a pesar de que estuviéramos en traje de buzo en una piscina helada...