Thierry Binisti (director y guionista)
Empezó rodando cortometrajes para el Foro de Imágenes, antes Videoteca de la Villa de París, en los que abordaba temas como la historia de la ciudad, sus habitantes y su particular atmósfera. Luego pasó a ser ayudante de dirección de Régis Wargnier en la película Indochina; de Diane Kurys en Después del amor, y de Jean-Jacques Zilbermann en No todo el mundo puede presumir de haber tenido unos padres comunistas. En 1996 dirigió Le Livre de Minuit, con Dominique Blanc, ganador de numerosos premios en festivales de cortometrajes.
Después de dirigir su primer largometraje, L’outremangeur, dirigió numerosos telefilms, entre los que destacaremos Versailles, le rêve d’un roi y Louis XV, le soleil noir, dos documentales de ficción de mucho éxito. Acaba de terminar la última entrega acerca de la vida de Luis XVI.
Valérie Zenatti (guionista y autora de la novela original)
Nació en Niza en 1970. Residió en Israel durante su adolescencia, y esta experiencia ha marcado en parte su obra. Ha explorado diversas formas de escritura. Es la autora de una docena de libros dedicados a la juventud, premiados y traducidos en todo el mundo, de novelas y de guiones cinematográficos. Asimismo, ha traducido la obra de Aharon Appelfeld en Francia.
ENTREVISTA CON THIERRY BINISTI Y VALÉRIE ZENATTI
La primera pregunta es para la autora. ¿Cómo nació la novela en la que se basa la película? ¿Tiene algo que ver con su historia personal o es una ficción?
Valérie Zenatti: Mis padres dejaron Francia para ir a vivir a Israel, donde residí desde los 13 a los 21 años en la década de los ochenta. Fueron años en los que me planteé muchas preguntas acerca de Israel, de su historia. Fue la época en que mi conciencia política despertó.

Regresé a Francia en 1991, y vuelvo a Israel a menudo. Por entonces era periodista y tuve ocasión de seguir muy de cerca el principio del proceso de paz palestino-israelí en 1993.
Cuando estalló la segunda Intifada a principios de 2000, me dolieron mucho las imágenes de violencia desenfrenada, más radical que en la primera Intifada. Me sentí muy perturbada por las repercusiones que aquel conflicto podía tener aquí.


Entonces escribió una primera novela muy cercana a lo que había vivido…
Valérie Zenatti: En 2002 publiqué Quand j’étais soldate, una novela autobiográfica acerca de cuando hice el servicio militar. El libro tuvo una buena acogida, pero a veces me preguntaban de qué bando era, a lo que contestaba: “De los dos”. No renunciaba a apoyar las dos legitimidades, las dos historias, aunque el choque entre ambas era muy doloroso. El 9 de septiembre de 2003 hubo un atentado en el café Hillel de Jerusalén. Conocía el barrio; una amiga mía trabajaba en la zona y hablé con ella por teléfono esa misma noche. Una chica que debía casarse al día siguiente había muerto con su padre. Hacía exactamente diez años que los israelíes y los palestinos habían firmado el acta de reconocimiento mutuo.

En diez años, habíamos pasado de la esperanza a la desesperanza, y me invadió la rabia, la tristeza. Entendí que la única manera de dar sentido a los sentimientos contradictorios que vivían en mi interior era a través de la ficción y bajo la forma de un diálogo. Era el único espacio donde podía expresar lo que me importaba; en otras palabras, el testimonio de una realidad humana. Detrás de las palabras “los israelíes”, “los palestinos”, hay personas, seres vivos. Semejante afirmación puede parecer banal, pero mi posición me permite saber que en los dos lados hay gente que solo ve al otro como una entidad hostil, salvaje, indiferenciada.


¿Qué le empujó a querer llevar la novela a la gran pantalla?
Thierry Binisti: Hace unos años le dije a un amigo que quería visitar Israel y me preguntó qué interés tenía irse de vacaciones bajo las bombas. Fue cuando me di cuenta de que, para mucha gente, esa era la visión de Israel, un país en guerra. Pero la vida diaria no tiene nada que ver con eso. Tanto en Israel como en Cisjordania no existe únicamente la preocupación política, aunque esté muy presente. También viven, se enamoran, satisfacen deseos… Tenía ganas de mostrar eso.

Cuando descubrí el libro, tuve la sensación de tener entre las manos un texto que expresaba un estado, una mirada muy cercana a la mía, el deseo de estar a favor de ambos lados, de dar la palabra a personajes que nunca tienen la posibilidad real de hablar ni de entenderse.

Me conmovió la posibilidad de sentir las dos emociones al mismo tiempo y así nació la película.


Ha preferido una transposición muy libre de la novela a una fidelidad “literal”. La historia es bastante diferente, aunque el espíritu sea el mismo.
Thierry Binisti: La novela tiene forma epistolar, lo que dificultaba su adaptación. ¿Cómo se pasa de una narración realizada por correo electrónico a las imágenes? La voz en off ofrecía una solución. Pero era esencial dar vida propia a los personajes: no solo debían existir dentro del contexto político, sino dentro de su vida diaria. La película nos enseña su vida en el colegio, en familia, en el café, con los compañeros…

Valérie Zenatti: La novela es más didáctica que la película; esta se interesa más por la vida de los protagonistas sin hacer tanto hincapié en el conflicto.

Quiero añadir que el libro fue escrito en el contexto de la segunda Intifada, cuando la violencia era algo cotidiano. Está basado en las experiencias que viví unos años antes, aunque no había vuelto a pisar Palestina desde el 90 o 91 por razones de seguridad.

Durante la preproducción nos pusimos en contacto con gente de Gaza; fuimos a Ramallah, en Cisjordania, y descubrimos una realidad de la que no era del todo consciente cuando escribí el guión de la película. La necesidad de plasmar la historia con imágenes y no solo con palabras nos obligó a hacer elecciones concretas para que fueran realistas. ¿Cómo se visten los personajes? ¿Dónde viven? ¿Qué comen? ¿Qué nos cuenta su entorno?

Cuando trabajé con Thierry y más tarde, hablando con los productores y los actores, comprendí que la adaptación no se limitaría a transponer o plasmar el libro en la gran pantalla, sino que más bien sería una prolongación del mismo. Al ser una novela con un final abierto, los lectores se preguntan qué ocurre después. Aunque la película no es la continuación del libro, va más lejos y contesta en parte a la pregunta.


Al parecer ha habido una colaboración muy próxima entre ambos tanto en la adaptación de la novela como en la película misma.

Valérie Zenatti: Lo hemos hecho casi todo juntos y con mucha complicidad: escribir el guión, localizar los decorados, escoger a los actores. Asistí al rodaje, participé en el montaje, en las mezclas…

Thierry Binisti: Me pareció importante seguir con la colaboración que nació al escribir el guión para que la película fuera lo más auténtica posible. No es fácil rodar en otro país. Hay miles de detalles que pueden escaparse. Tener a Valérie a mi lado durante todo el proceso fue sumamente útil.


Hacen hincapié en la relación imposible entre los dos personajes y en la ambigüedad de dicha relación. Pero ¿puede hablarse de una historia de amor inconclusa?
Valérie Zenatti: Tal como lo veo, no es una historia de amor, aunque pueda interpretarse en ese sentido. En principio es una relación imposible, se une, se tensa, se desgarra y vuelve a unirse. En ciertos momentos existe una turbación por parte de ambos creada por la distancia, por los impedimentos, que da pie a las proyecciones e imaginaciones.

Thierry Binisti: Los dos personajes, que a pesar de estar alejados viven un verdadero encuentro, son conscientes de la turbación que provoca dicho encuentro. Pero aquí se trata de saber lo que son capaces de permitirse.


En ciertos aspectos, Tal y Naim son una encarnación de las relaciones palestino-israelíes, mezcla de atracción y rechazo, cercanía y distancia…
Valérie Zenatti: Efectivamente, puede verse la relación como una metáfora, con un final que pospone el “verdadero” encuentro. Tal y Naim nunca se han sentido tan cerca, pero no llegan a conocerse de verdad. Y es exactamente lo que sienten las poblaciones: la cita con ellas mismas y con la historia siempre se pospone.

Entre el principio de la película, cuando se tira la botella al mar, y el final, cuando Naim sale de Gaza por el paso de Erez, no hay más de tres o cuatro kilómetros, pero cuánto camino han recorrido.

Thierry Binisti: Pero no es una película pesimista. Ha pasado algo, se ha dicho algo y podrán seguir edificando su vida a partir de eso.

No podíamos acabar la película con un encuentro “físico”, la realidad lo prohíbe. Debíamos ceñirnos lo máximo posible a cómo podría ser si de verdad ocurriese. Aunque, partiendo de la imagen final, cada uno de los personajes puede alimentar una esperanza, orientarlo todo hacia esa esperanza, pensando que el futuro verá madurar los frutos de la voluntad de ambos.


¿Cómo se financió la película? Es fácil imaginar las reservas que puede suscitar una historia con el conflicto palestino-israelí como telón de fondo.
Thierry Binisti: Es un conflicto tan enorme que cuesta imaginar que pueda caber dentro de una película. También se plantea la cuestión de la legitimidad: ¿Qué sabemos de todo esto? Era esencial que el conflicto quedara en segundo término; la película refleja el punto de vista de un realizador francés. El personaje de Tal es de origen francés y hace poco que se ha trasladado a Israel, por lo que me siento próximo a ella. Entiendo sus preguntas, sus incomprensiones, sus dudas en relación a una situación en la que no ha crecido, en un país que quiere, pero del que ignora muchos códigos.

Por otra parte, el único país extranjero con un centro cultural en Gaza es Francia y me pareció justo que el francés fuese el idioma que uniese a los dos protagonistas.

Algunos productores me desaconsejaron abiertamente que hiciera la película, pero Miléna Poylo y Gilles Sacuto, nuestros productores franceses, entendieron el proyecto y nos acompañaron hasta el final, implicándose totalmente en el proyecto.

Valérie Zenatti: No es la primera historia de este tipo que se rueda en Israel o en Palestina, pero hemos integrado una “mirada francesa” a la historia, lo que nos permitió, en cierto modo, introducir a un tercero (el idioma francés que se comporta casi como otro personaje) en una situación en la que encontrar las palabras aceptables es casi un reto para ambos. Uno de los obstáculos al que se enfrentan los cineastas palestinos e israelíes es la terminología en cuanto a los lugares y los hechos. Por ejemplo, los israelíes hablan de atentado o de terroristas, pero los palestinos dirán un ataque y combatientes. Es sumamente difícil encontrar un idioma neutro en israelí y árabe. Pero un idioma con menos carga emocional, como puede ser el francés, permite salir del círculo de incomprensión mutua y de rechazo.

Dada la situación en la región, el rodaje debió ser problemático.
Thierry Binisti: Lo ideal habría sido poder rodar la mitad de las secuencias en Israel y la otra mitad en Gaza, pero no se puede. Si se trabaja con un equipo y actores israelíes, es imposible entrar en Gaza o viceversa.

Lo intentamos y pedimos permiso para rodar en el Centro Cultural Francés de Gaza. Pero a pesar del apoyo de las autoridades francesas, fue totalmente imposible. Por razones de seguridad y de secuestro, Israel no permite que entre un israelí en Gaza, por lo que habría sido muy problemático con los técnicos. Por lo tanto, todas las secuencias en las que se ve Gaza desde el exterior son auténticas, pero las que supuestamente transcurren en el interior de Gaza fueron rodadas en ciudades árabe-israelíes.

Algunas secuencias no son ficticias. Las imágenes de la gran manifestación conmemorando la muerte de Yitzhak Rabin se rodaron en la plaza de los Reyes, en medio de miles de israelíes que se desplazan allí cada año para dejar patente que el país debe tomar el camino de la paz. En algunas secuencias utilizamos imágenes de archivo retransmitidas por los medios. Es una forma de que coincida la ficción con los hechos reales, y de recordar al espectador los momentos clave del conflicto durante el periodo en que transcurre la historia, sobre todo la operación “Plomo fundido”.

Valérie Zenatti: Conseguimos rodar en el paso fronterizo de Erez, entre Gaza e Israel, el punto más cercano del encuentro entre los dos personajes. Fue un momento culminante y lo conseguimos gracias a un permiso de rodaje excepcional. El rodaje fue muy tenso y muy rápido. Mahmoud Shalaby, el actor que da vida a Naim, me dijo que estaba sumamente conmovido mientras avanzaba hacia la libertad de su personaje, pensando en todos los que sueñan con hacer lo mismo.

¿Cómo reaccionaron el equipo y los habitantes al contenido de la película?
Thierry Binisti: Teníamos un equipo mixto franco-palestino-israelí. La script era palestina cristiana y hablaba francés, inglés, árabe y hebreo; algunos ayudantes de producción eran palestinos afincados en Israel; la primera ayudante de dirección era israelí, el segundo, palestino.

Nadie puso pegas. Es verdad que una película es una burbuja, un momento que reúne al equipo en torno a una idea. También hay una sensibilidad común y todos estamos más abiertos.

Pero los actores necesitaban saber adónde íbamos. Hablamos muy a fondo para que se sintieran cómodos y hacerles entender cuál era nuestra visión.

En cuanto a los habitantes, cuando rodamos en ciudades cien por cien árabes, el alcalde, las personas que nos alquilaban las tiendas, los cafés, las casas, estaban al corriente de la historia que íbamos a contar. Y todos, excepto algunos casos aislados, acogieron la idea con ganas porque corresponde a un profundo anhelo de la mayoría.


¿Cómo se enfrentaron al reparto? ¿Fue un auténtico rompecabezas?
Thierry Binisti: Para los personajes principales buscábamos la mayor autenticidad posible e hicimos un casting en Francia y en Israel. Vimos a mucha gente e hicimos muchas pruebas. Al final se impusieron Agathe Bonitzer y Mahmoud Shalaby. Debo reconocer que en ningún momento me arrepentí, al contrario, cada día descubría la riqueza que ofrecían a sus personajes.

A pesar de su juventud, Agathe Bonitzer ha trabajado con realizadores como Christophe Honoré o Jacques Doillon, y tiene una enorme intuición.

En cuanto a Mahmoud Shalaby, es músico y le descubrió la directora israelí Kéren Yedaya, que le dio un papel importante en Jaffa, donde demostró una intensidad sorda, una mezcla de cólera muda y de sensibilidad. Aprendió francés para la película y desde entonces ha hecho un camino paralelo al de su personaje. Nada más acabar el rodaje en Israel, vino a Francia para rodar Les hommes libres, de Ismaël Ferroukhi. El resto del reparto está compuesto por talentos franceses, israelíes y palestinos procedentes de Israel, como el equipo y los personajes de la película.

Valérie Zenatti: El reparto planteaba varias dificultades. Para el papel de Tal, debíamos encontrar a una actriz capaz de guiar la historia con el candor y la seriedad necesarios para tirar Una botella en el mar de Gaza. Agathe Bonitzer no podía ser mejor. Se metió en el personaje y le aportó una profundidad poco corriente. Además, aprendió hebreo en un tiempo récord.

Pero contaré una anécdota que aclara muchas cosas. Thierry y yo estábamos escribiendo el guión cuando le dije que me encantaría que Hiam Abbass hiciera el papel de la madre de Naim. Me contestó que sí, que estaría muy bien, y seguimos con lo nuestro. Al día siguiente había quedado con un amigo en un bar. Entro y veo a Hiam Abbass sentada a una mesa. Me armo de valor y me acerco para decirle lo mucho que la admiro. Ella me pregunta quién soy y lo que hago. Le cuento la película en la que estamos trabajando. Había oído hablar del libro, así que me dio su teléfono y me dijo que la llamara.

Fue el principio de una bella amistad y también de una historia maravillosa. Obviamente, a partir de ese momento escribimos el papel para ella y lo interpretó con una enorme generosidad.


La película evoca, deja ver, pero no da explicaciones. La puesta en escena, sobre todo la cercanía con los personajes, aumenta esta sensación.
Thierry Binisti: No queríamos llevar al espectador de la mano. Desde las primeras imágenes intentamos desorientarle, sumirle en una historia que cree conocer a través de las imágenes vistas tantas veces por televisión, pero de la que lo ignora casi todo. Las preguntas que se hacen los personajes son un eco de las que podemos hacernos ante semejante realidad.

La cámara siempre está muy cerca de los personajes. Ellos son lo único que importa y eso implica una forma de rodar muy particular.

Ocurre lo mismo con los encuadres. Intentamos comunicar los sentimientos de los personajes, lo que viven. Por ejemplo, en Gaza, la sensación de promiscuidad, de encierro, de fricción constante unida a la falta de espacio.
También buscamos el mayor realismo posible para los decorados, el vestuario, la banda sonora.


¿Qué enseñanzas, qué sentimientos, incluso qué conclusiones les ha aportado esta aventura artística y humana?
Valérie Zenatti: Lo que más nos conmovió fue que después de tardar casi cuatro años en escribir el guión, todas las personas que lo leyeron, desde la traductora, hasta los ayudantes de dirección, pasando por los productores israelíes, nos dijeron que habíamos sabido tocar algo muy tenue y fundamental a la vez: la idea de que del conflicto exterior nace un conflicto interior en los protagonistas.

A partir de los personajes, que no son arquetípicos ni portavoces, sino dos jóvenes con sus vidas y esperanzas, hemos conseguido sacar a la luz lo que había quedado sin decir en el libro. La película expresa con fuerza la idea de que dar un paso hacia el otro tiene un precio. Equivale a aceptar mirarte en el espejo que ofrece el otro a pesar de tener la sensación de traicionar a los tuyos.


Si solo debieran quedarse con algunas ideas, algunos principios básicos de la película, ¿cuáles serían?
Thierry Binisti: La fuerza del intercambio de palabras fue el punto de partida de Una botella en el mar de Gaza. La voluntad indomable de nuestros personajes permite que este intercambio de palabras se convierta en palabra escuchada y sentida.

Valérie Zenatti: Aprendí, con el lanzamiento de la novela, y ahora con las primeras proyecciones de la película, que los lectores y los espectadores tienen ganas de que se cuente esta historia porque muchos necesitan reconciliarse interiormente. ¿Cómo se concilia la simpatía o la adhesión a ambas causas?

Al realizar una película que ve el problema desde las dos posiciones, planteamos la pregunta del punto de vista. ¿Desde dónde considero la situación? Ser capaz de desplazarse al interior de la propia visión del mundo de uno es esencial.