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Notas de la directora

Algunas imágenes se graban en la mente de forma indeleble. Hay una imagen que lleva diez años conmigo, la de una viuda en la ciudad santa de Varanasi en India. Doblada, el cuerpo arrugado por los años, el cabello blanco rasurado, iba de un lado a otro a cuatro patas, buscando desesperadamente algo que había perdido en la orilla del Ganges. Su tristeza era obvia mientras buscaba entre la muchedumbre de peregrinos. Nadie le hacía caso, ni siquiera cuando se sentó y empezó a llorar.

La imagen de esa viuda, sentada en cuclillas, abrazándose las rodillas, la cabeza inclinada ante su derrota, se me quedó grabada en la mente y me dio la idea para el guión que, diez años más tarde, se convertiría en Agua.

Estaba en Varanasi dirigiendo un episodio de “Las aventuras del joven Indiana Jones”, una serie de televisión de George Lucas. Por la mañana, solía pasear por la orilla del Ganges. Entre los peregrinos había viudas hindúes condenadas a una vida de privaciones por culpa de unas creencias desfasadas. Venían a Varanasi a morir. Si morían en la orilla del río sagrado, tenían la salvación asegurada.

A pesar de que soy hindú, las viudas seguían siendo un misterio para mí hasta que empecé a investigar para escribir el guión de Agua, la tercera película de mi trilogía después de Fuego y Tierra. Su situación me conmovía profundamente. Estas mujeres viven de acuerdo con el contenido de un texto religioso de más de dos mil años de antigüedad.

Agua transcurre en 1938 cuando todavía era habitual casar a las niñas. A menudo se las casaba con hombres mucho mayores que ellas por razones económicas. Al morir el marido, se encerraba a la esposa en un “ashram” o casa de viudas. Dado que las familias consideraban a las viudas una carga económica, la mayoría acababa en una de esas casas. Decidí escribir la historia de una viuda de 8 años cuya presencia en el “ashram” cambia la vida de las demás, sobre todo la de Shakuntala y Kalyani.

En el año 2000, después de obtener todos los permisos necesarios y la aprobación del guión por parte del gobierno de India, los actores y el equipo técnico viajaron a Varanasi para empezar el rodaje de Agua. Después de seis semanas de preparación, empezamos a rodar en la orilla del Ganges. Lo que ocurrió a continuación fue algo totalmente inesperado. A los dos días, se desataron violentas protestas protagonizadas por fundamentalistas. Se acusó a la película de ir contra la religión hindú, los decorados fueron destruidos y tirados al río, quemaron una efigie mía, y las manifestaciones se sucedieron en las calles de Varanasi. Atónitos, intentamos pedir ayuda al gobierno local, que había dado el visto bueno al rodaje, pero no sirvió de nada. Ante las crecientes protestas y amenazas, nos vimos obligados a suspender el rodaje.

Me di cuenta posteriormente de que Agua reflejaba lo que ocurría en India, el ascenso del fundamentalismo hindú y de la absoluta intolerancia hacia cualquier cosa que lo cuestionara. Por lo tanto, éramos el blanco perfecto.

Terminar Agua se había convertido en una misión personal, pero el productor David Hamilton y yo tardamos cuatro años en conseguir revivir el proyecto en Sri Lanka. Arriesgarse a rodar en India era una locura. Tuve que cambiar de reparto y sustituir a la luminosa Nandita Das, la protagonista de Fuego y de Tierra, por Lisa Ray, una actriz más joven. Seema Biswas, que se hizo famosa por La reina de los bandidos, aceptó el papel de Shakuntala, que debía interpretar Shaba Azmi. John Abraham, una auténtica estrella en Bollywood (Bombay, el centro cinematográfico de India), es Narayan, el joven idealista seguidor de Gandhi del que se enamora la frágil viuda Kalyani. Para el papel de Chuyia, encontré a una niña en Sri Lanka. Sarala viene de un pueblecito cercano a Galle. A pesar de no haber actuado antes, para ella es lo más natural. El problema era que no hablaba indio ni inglés. Aprendió los diálogos fonéticamente y la dirigí a través de un intérprete y por gestos. Es asombrosa.

Rodar en Sri Lanka fue un placer después de la horrible experiencia en Varanasi. Giles Nuttgens, que ya se ocupó de la fotografía en Fuego y en Tierra, volvía a estar detrás de la cámara. En mi opinión, Giles es brillante. No fue tarea fácil recrear la India en Sri Lanka. Decidimos que ni siquiera intentaríamos recrear Varanasi o el presupuesto habría alcanzado proporciones impensables. En vez de eso, teníamos un embarcadero muy modesto que sólo medía 500 metros, eso sí, lleno de templos hindúes. Colin Monie se encargó de montar la película en Toronto. Había visto Hermanas de la Magdalena (The Magdalene Sisters) y me pareció un equilibrio perfecto de sensibilidad y pasión.

Ahora que la película está terminada, puedo mirar atrás y pensar en el camino que hemos recorrido. Pasamos por todo, angustia, amenazas de muerte, decisiones políticas, la cara más fea del fundamentalismo religioso, y a veces me pregunto: “¿De verdad ha valido la pena?”. Entonces la imagen de esa viuda que vi hace diez años surge ante mí, y la veo sentada en los escalones que llevan al Ganges, su boca desdentada abierta, emitiendo sonidos desesperados. Más tarde me enteré de que había perdido sus gafas. Sin ellas, apenas veía.