Una breve historia del apartheid (1948 – 1991) y de Sudáfrica (1652 hasta nuestros días)

El apartheid terminó en Sudáfrica en 1991; sin embargo, sus raíces se hunden varios siglos atrás.

El país que ahora conocemos como Sudáfrica estuvo ocupado originariamente por los San, un pueblo de cazadores recolectores que llegó siguiendo a sus presas. La arqueología demuestra que ocuparon el territorio hace unos 10.000 años. Las tribus bantúes llegaron hace solo 1.500 años. Emigraron desde el centro de África, aportando a la región sus conocimientos de herreros, ganaderos y granjeros. A mediados del siglo XVII, las tribus se habían dispersado por lo que ahora es Sudáfrica con lenguas y culturas diferentes.

En esa época llegaron los primeros colonos blancos, exactamente en 1652, cuando la Compañía Holandesa de las Indias Orientales instaló un puesto de avituallamiento en el cabo de Buena Esperanza. A partir de ese momento y durante dos siglos se sucedieron las oleadas de inmigrantes procedentes de Holanda, Francia, Alemania y Reino Unido.

A principios del siglo XIX, el Cabo era una colonia británica, un hecho que no sentaba nada bien a los descendientes de los primeros colonos holandeses, los afrikáners, que tenían un idioma y una religión propia. Ferozmente independientes y profundamente religiosos, estaban en contra de los esfuerzos británicos para acabar con la esclavitud. En 1834, una comunidad afrikáner emprendió un viaje épico hacia el interior para liberarse del dominio inglés. Conocido como “Great Trek” (Gran marcha), su avance les puso en contacto con tribus negras, que intentaron detenerlos. Una de las batallas decisivas contra el ejército zulú tuvo lugar en un enclave llamado “Blood River” (Río de la sangre).

En 1910, las cuatro provincias que configuraban África del Sur se unieron poniendo a millones de negros bajo el dominio blanco. El gobierno empezó inmediatamente a estudiar cómo se podía enfocar lo que llamaban “el problema de los nativos”. El resultado fue el “Acta de Tierras para Nativos” de 1913, por la que el 87% de la tierra quedaba reservada a los blancos, desposeyendo a millones de negros de sus hogares y granjas. Durante los 80 años siguientes, la resistencia negra se convirtió en la principal dinámica política del país.

Hace tiempo que la identidad de los afrikáners se caracteriza por el espíritu pionero de los que realizaron la “Gran marcha” y de sus descendientes, en su mayoría granjeros, que debieron soportar la brutal opresión británica durante la guerra Boer. A mediados del siglo XX, esta identidad estaba basada en la convicción de que su supervivencia dependía de la autosuficiencia y del aislamiento. Encontró su mayor expresión en un nacionalismo cerrado, defensivo y profundamente conservador, reforzado por la creencia de que su supervivencia siempre sería precaria debido a que la población negra superaba dramáticamente en número a la blanca.

Gracias a una campaña que explotaba el temor del “swart gevaar” (la amenaza negra), el ultraderechista Partido Nacional Afrikáner obtuvo el poder en 1948. La política del partido consolidaba y ampliaba la ya existente segregación racial en un sistema legal e ideológico que regulaba todos los aspectos de la vida de los sudafricanos, desde el nacimiento a la muerte, según la raza. Este sistema era conocido por el nombre de apartheid. El objetivo era proteger a la raza afrikáner de la mezcla racial, asegurar el poder de los blancos, y utilizar a los negros como mano de obra barata. Para conseguirlo, cientos de comunidades negras fueron suprimidas y sus habitantes obligados a vivir en las empobrecidas zonas tribales. Los negros estaban sujetos a la infame “Pass Law” (Ley de Pase), por la que debían llevar un documento o pase que permitía a las autoridades coartar aún más su libertad.

La resistencia negra se incrementó a partir del 21 de marzo de 1960, cuando en Sharpeville, una pequeña ciudad al sur de Johannesburgo, la policía abrió fuego contra los manifestantes que protestaban contra la Ley de Pase; murieron 69 personas y 180 resultaron heridas. Ningún manifestante iba armado y casi todos recibieron tiros en la espalda. El gobierno aplicó el estado de emergencia en respuesta a las protestas que sacudieron el país, ilegalizó al Congreso Nacional Africano (CNA) y a otras organizaciones políticas de izquierdas. Al cabo de un par de años, la mayoría de los líderes negros estaban en el exilio o en la cárcel, como el activista Nelson Mandela. Las Naciones Unidas declararon al apartheid como crimen contra la humanidad.

La siguiente generación se radicalizó cuando una manifestación estudiantil que tuvo lugar en Soweto en 1976 fue nuevamente aplastada de forma sangrienta. Muchos jóvenes se unieron al brazo militar del CNA.

En los ochenta, Sudáfrica estaba casi sumida en una guerra civil. El ejército ocupaba los barrios negros de las grandes ciudades. Cualquier protesta era acallada por la fuerza y murieron miles de personas. El país se quedó prácticamente aislado del resto del mundo. Fue expulsado de todas las organizaciones deportivas mundiales, sus productos fueron boicoteados y la economía empezó a tambalearse por la retirada de las inversiones y las sanciones al petróleo.

Los informes de las atrocidades perpetradas a diario aumentaron la presión mundial y el presidente F.W. de Klerk tuvo que rendirse ante lo inevitable. En febrero de 1990 legalizó al CNA y a los demás partidos políticos. Nelson Mandela fue liberado después de 27 años de encarcelamiento. Los exiliados pudieron regresar. El apartheid por fin había caído.

En 1994, Sudáfrica celebró sus primeras elecciones libres, ganadas por el CNA con Nelson Mandela como presidente. El dominio afrikáner había terminado. Sin embargo, los vestigios del apartheid aún conforman la política y la sociedad sudafricana.

Sudáfrica tiene un perfil demográfico poco habitual, marcado por una población heterogénea y problemas sociales relacionados con el legado del apartheid, con las divisiones entre los grupos étnicos, con el sida y la emigración.