Punto de vista 2024: Programa 1 |
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Ficha Técnica: |
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Título original: |
Punto de vista 2024: Programa 1 |
Dirigida por: |
Varios |
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Nacionalidad: |
VARIAS |
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Ficha Artística: |
Varios |
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Sinopsis: |
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El texu de Bermiego
Elena Duque
España, español, 2013, 2 min
Ozols
Laila Pakalniņa
Letonia, letón, 1997, 28 min
Usuzumi no sakura
Sumiko Haneda
Japón, japonés, 1977, 42 min
«Donde se hace presente lo corto del trayecto», cantan Montañas sobre el tejo milenario de Bermiego. Un árbol para tomarse la medida adecuadamente. Un árbol de iglesia y de concejo, es decir, de asamblea, bajo el que la gente se reunía a tratar los asuntos comunes. Un árbol identitario (pues, qué excitante resulta pensarlo, hubo un tiempo en que la identidad de los pueblos la daban los árboles). Elena Duque le imagina al texu el bosque alrededor que ya no tiene, diverso, con troncos de muchos colores, con arbustos y animales nocturnos. Es de noche, el agua riela a la luz de la luna, los humanos tienen miedo y buscan al árbol milenario, identitario y protector.
En Letonia queda todavía un robledal virgen, pero el protagonista de Ozols no vive allí. A sus setecientos años, forma parte del municipio de Sēja, que lo lleva en el escudo. La película empieza con él, inmenso, junto a un puñado de árboles más discretos. Pasa un hombre con una vaca, subrayando la inmensidad del roble y a la vez anunciando el tono (preindustrial, al margen de algunas coreografías noventeras) del pueblo. Las hojas caídas son oro y son estrellas. El tronco es tan grueso que se puede recorrer en panorámica, de izquierda a derecha, y cuando aparece el verdín oímos las olas del mar, cosa poética y exacta, pues muy probablemente la lluvia que cae en esta arboleda venga del golfo de Riga. Sin árboles no habría agua en la tierra, sin su reclamo no saldría del mar.
Si un cerezo alcanza los mil cuatrocientos años de edad requiere, a nuestros ojos, de un origen deliberado, regio incluso; nada de contar por ahí que la semilla la cagó un pájaro, al azar. Según su leyenda, la semilla del cerezo de las flores grises la plantó un emperador. Como Laila Pakalniņa, Sumiko Haneda va presentándonos a sus vecinos humanos, que lo celebran y lo cuidan porque se trata de otro árbol identitario y claro, nadie se podaría o talaría o dejaría morir a sí mismo. Como en Bermiego, en Gifu se enterraba a los muertos al pie del árbol, para que se alimentara de los cuerpos y acogiese las almas. Como cualquier planta, este cerezo es una sofisticadísima expresión del tiempo en el espacio: la escisión constante y geométrica de las ramas, la corteza nudosa que delata el crecimiento, las flores que se abren puntuales en primavera y pasan del rosa al blanco y luego al gris, las raíces injertadas con raíces de doscientos cerezos más jóvenes, para salvarlas, trasplante que obedece a una lógica de bosque en ausencia de bosque. La humanidad no tiene otra tarea que aprender lo que han entendido los bosques.
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