El cine de Herzog es diferente y esta película no es una excepción. Al principio del filme la omnipresente voz de Herzog narra cómo se ha gestado la idea de la película y nos sitúa en contexto: en 1994 unos espeleólogos descubrieron en la cueva de Chauvet las pinturas rupestres más antiguas conocidas hasta la fecha, 30.000 años ocultas bajo la roca. Durante quince años científicos especializados han analizado hasta el más diminuto recoveco de la cueva, cuyo acceso estuvo cerrado a cualquier persona no autorizada hasta que en el año 2009 el Ministerio de Cultura encarga a Werner Herzog inmortalizar el interior de la gruta usando la tecnología 3D.
A pesar del reto que supone rodar en esta tecnología dentro de un espacio tan reducido, el filme logra transmitir toda la belleza y espectacularidad de la cueva, transportando al espectador a través de las estalactitas y las pinturas al corazón de esta obra magna de la humanidad. Herzog, con su habilidad para perfilar trazados narrativos más allá del relato convencional, consigue hacer lo mismo que Kubrick hizo con el famoso vuelo del hueso en 2001: Una odisea en el espacio: una elipsis de 30.000 años en un fragmento. Adentrarse en la cueva de los sueños olvidados ayuda a entender que los humanos no nos distinguimos demasiado los unos de los otros, a pesar del tiempo como en el espacio.