Daniel Auteuil (William)

Ha rodado con Claude Berri, «El manantial de las colinas», «Jean de Florete», «Lucie Aubrac» y L’un reste l’autre part»; con Francis Girod, «La banquera», «Lacenaire» y «Passage à l’acte»; con Claude Sautet, «Quelques jours avec moi« y «Un corazón en invierno»; con André Téchiné, «Mi estación preferida» y «Les voleurs»; con Patrice Leconte, «La chica del puente» y «La viuda de Saint-Pierre». También hemos podido verle, entre otras, en «La reina Margot» (Patrice Chéreau), «El octavo día» (Jaco van Dormael), «Sade» (Benoît Jacquot), «Salir del armario» (Francis Weber), «El adversario» (Nicole Garcia), «36, Quai des Orfebres/El muelle» (Olivier Marchal) y «Caché/Escondido» (Michael Haneke).

¿Cómo reaccionó cuando leyó el guión?
Me pareció muy hermoso. Me gustó ese universo tan particular que imaginaron los hermanos Larrieu. Más tarde, después de conocerles, de ver sus películas, lo entendí. Su trabajo, su punto de vista me hablaban. Me atraía su forma de filmar, diferente a la que estamos acostumbrados en Francia.

¿Hablaron mucho antes del rodaje?
La verdad es que no. Al principio, pensé que íbamos a rodar en los Pirineos y hablamos de eso. Pero de poco sirvió porque acabamos rodando en los Alpes. Nunca abordamos el tema de la historia, lo prefiero así. Tengo tendencia a confiar en la gente y me gusta descubrir las cosas. La fase de preparación de una película no me concierne. Mi trabajo consiste en dar en el clavo cuando hace falta.

¿Cómo definiría su personaje y cómo lo preparó?
Descubrí mi personaje cuando vi la película. Antes no sabía quién era. No he preparado nada. He actuado según el guión y a través del análisis de las situaciones, imaginando las reacciones naturales del personaje. Sólo interpreto. A fin de cuentas, mi personaje me cae bien, reacciona bien, controla sus miedos. Madeleine y él viven una auténtica aventura, pero saben dosificarla para no ir demasiado lejos. Es lo que me gustó de la película: a pesar de todo lo que les pasa, la pareja permanece imperturbable, parece indestructible. Uno es acción, el otro es reposo, ambos viven una metamorfosis física. Puede interpretarse como un regreso a la adolescencia, pero los actores no tienen por qué controlarlo. Quizá sea lo que Sabine y yo quisimos incorporar inconscientemente a la película.

¿Qué recuerdo guarda de esta aventura?
Me quedan una historia, gente, paisages. Algo simple, emocionante, una especie de alegría. El rodaje me puso de buen humor. Acababa de terminar la película de Michael Haneke, «Caché/Escondido», que me había producido una gran tensión emocional. No viví el rodaje de «Pintar o hacer el amor» como unas vacaciones, sino como un momento privilegiado.
 
Sabine Azema (Madeleine)

Ha rodado con Alain Resnais, «La vida es una novela», «El amor ha muerto», «Mélo», «Smoking/No smoking», «On connaît la chanson» y «En la boca no»; con Bertrand Tavernier, «Un domingo en el campo» y «La vida y nada más»; con Etienne Chatillez, «Le bonheur est dans le pré» y «Tanguy»; con Bruno Podalydès, «Le mystère de la chambre jaune» y «Le parfum de la dame en noire». También la hemos visto, entre otras, en «La bûche» (Danièle Thompson) y «El pabellón de los oficiales» (François Dupeyron).

¿Cómo reaccionó cuando leyó el guión?
Reaccioné a la propuesta de los hermanos Larrieu antes de leer el guión. Tuve ganas de trabajar con ellos desde que leí un artículo en el que hablaban de un universo donde se mezclaban la ficción y el documental. Casi siempre ruedo en un plató. Me atraía la idea de rodar en decorados naturales, en medio de una naturaleza fuerte y violenta, con dos realizadores que la respetan y la aman. También me gustó la historia de «Pintar o hacer el amor», un retrato de personas felices, un himno a la sensualidad.

¿Hablaron mucho antes del rodaje?
Nos citamos en un bar. Yo estaba algo nerviosa y recuerdo que hablé mucho. Ellos poco, sobre todo Arnaud. Les conté la película que había visto en el guión, que no tenía por qué ser la que habían imaginado.

¿Cómo definiría su personaje y cómo lo preparó?
Madeleine es una mujer con el don de atrapar el tiempo que pasa. Podría ser banal, pero su sensualidad y su amor por la naturaleza hacen que cada nuevo día sea excepcional. La mayoría de la gente se hunde en la cotidianidad, las preocupaciones, les cuesta sentirse bien. Madeleine vive una revelación física. A través de ella, intenté decir que el cuerpo, cuando funciona bien, es una creación extraordinaria de la que no siempre somos conscientes. Trabajé la arquitectura del personaje yendo a los decorados. Descubrí la zona, visité museos regionales. Construí mi personaje sola. Luego estuve abierta a todo y los hermanos podían pedirme lo que quisieran.

¿Qué recuerdo guarda de esta aventura?
Fue un placer rodar una película sutil para los actores, sin escenas tipo “examen”. Los hermanos Larrieu son muy cultos y humildes a la vez, poéticos. Pertenecen a la nueva generación de cineastas franceses y tengo la impresión de que todavía me queda camino por andar. También está Daniel Auteuil, con el que nunca había rodado. Es un gran actor y no cuesta trabajar con él. Ambos teníamos ganas de complacer a dos realizadores cuya cámara siempre busca la verdad.
 
Sergi López (Adán)

Ha rodado con Manuel Poirier, «La petite amie d’Antonio», «A la champagne», «Marion, «Western, «Te quiero», «La curva de la felicidad», «Caminos cruzados»; con Marion Vernoux, «Rien à faire » y «Reinas por un día». También hemos podido verle, entre otras, en «La nueva Eva» (Catherine Corsini), «Una relación privada» (Frédéric Fonteyne), «Harry, un amigo que os quiere» (Dominik Moll), «Janis y John» (Samuel Benchetrit), «Negocios ocultos» (Stephen Frears) y «Les mots bleus/Las palabras azules» (Alain Corneau).

¿Cómo reaccionó cuando leyó el guión?
Con alegría, porque cada vez me cuesta más trabajo encontrar historias originales. Y «Pintar o hacer el amor» lo es realmente, aunque sin intentar serlo. Se nota la verdad por debajo, está llena de humor. Aunque nunca escojo las películas en función del personaje que interpreto, me gustó la perspectiva de encarnar a un ciego. No ver es un poco un regreso a la infancia. Todos hemos cerrado los ojos e imaginado.

¿Hablaron mucho antes del rodaje?
Cuando nos conocimos en el bar de un hotel, decidimos que mi personaje siempre llevaría gafas oscuras para realzar la parte imaginaria, la ambigüedad, la carga sexual y sensual. No se ven sus ojos; por lo tanto, el interior cobra importancia en oposición a la apariencia. Pensamos en un hombre púdico y misterioso que no necesitara una interpretación muy evidente. Las conversaciones fueron muy fructuosas. Los Larrieu son muy sensibles, muy dulces, con ideas precisas, pero dejan mucha libertad. No ocurre muy a menudo.

¿Cómo definiría su personaje y cómo lo preparó?
El personaje - que no depende de mí - es fascinante. Aporta una reflexión filosófica muy fuerte y vive su minusvalía como si fuera una baza. No quiere que le guíen, prefiere ser el guía. Es excepcional que un ciego aporte luz. El personaje está muy bien escrito, es tan fantástico como realista. Para superar mis dudas en cuanto a mi credibilidad como ciego, decidí que no me documentaría ni intentaría imitar a los ciegos. La técnica, la intelectualización no me interesa. Decidí actuar con los ojos cerrados; me permitió trabajar más intuitivamente. Al no ver a los otros actores, me movía de otro modo, todo me inspiraba.

¿Qué recuerdo guarda de esta aventura?
El de un rodaje tranquilo y apacible, un paréntesis dulce, con unos actores y un equipo increíbles. Hace unos años que trabajo más en el cine e intento escoger historias en las que creo, pero pocas veces se encuentra algo que llene tanto. Estoy orgulloso de haber rodado «Pintar o hacer el amor». Es original, particular, no está fabricada.
 
Amira Casar (Eva)

Últimamente hemos podido ver a Amira Casar en «La verdad si yo miento» (Thomas Gilou), «Cuando seamos mayores» (Renaud Cohen), «Comment j’ai tué mon père» (Anne Fontaine), «Filles perdues cheveux gras» (Claude Duty) y «Anatomie de l’enfer/Anatomía del infierno» (Catherine Breillat).

¿Cómo reaccionó cuando leyó el guión?
El guión tenía un tono de libertad sorprendente. La historia hablaba de temas que llevo en el corazón, la naturaleza omnipresente, la montaña mágica. No lo dudé ni un momento.

¿Hablaron mucho antes del rodaje?
Bueno, hablamos de viajes, Italia, Nápoles, Inglaterra, ciudades, países que conocí durante la adolescencia. Países ideales para una pirata como yo. Por suerte para mí, su campo de visión va mucho más allá de la procedencia.

¿Cómo definiría su personaje y cómo lo preparó?
Adán y Eva son reflectores. Son libres, no les atan las convenciones. Se iluminan mutuamente y se transfieren lo que ven. Les une el arte y el amor por el arte. El arte se convierte en su idioma, en su seducción, Gauguin, los campos de trigo, las cuevas... En mi opinión, es una pareja atípica, adolescente, conmovedora, misteriosa, independiente.

¿Qué recuerdo guarda de esta aventura?
Intimida sentirse observada por cuatro ojos. Pero, poco a poco, con calma, sin mecanismos obvios de seducción, me atrajeron. Revelan lo que no muestro. Tienen la facultad de escrutar hasta lo más profundo y revelarlo, al tiempo que crean una armonía tranquila. Mis compañeros eran seres ideales, poéticos, adolescentes y divertidos. Fue un rodaje anclado en la vida, la naturaleza terrestre y profunda, y también una creación familiar, intimista, difícil de abandonar.
 
 
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