ENTREVISTA CON FRANÇOIS OZON (director y guinista)

EN LA CASA está inspirada en la obra “El chico de la última fila”, de Juan Mayorga.
Me llamó la atención la relación entre el profesor y el alumno cuando leí la obra de teatro. Simpatizamos tanto con el profesor como con el alumno. Se nos ofrecen ambos puntos de vista. Normalmente, los alumnos aprenden del profesor, pero en este caso, el aprendizaje va en ambas direcciones. Las idas y venidas entre la realidad y la escritura se prestan a divertidas reflexiones acerca de la narrativa y de la imaginación. Son cuestiones algo teóricas que cobran vida en la obra. La relación entre Germain y Claude representa la asociación simbólica necesaria para cualquier esfuerzo creativo: el editor y el escritor, el productor y el realizador, incluso el lector y el autor, o el público y el director. Al leer la obra, vi la oportunidad de hablar indirectamente de mi trabajo, del cine, de la inspiración y de sus fuentes, de lo que significa crear y ser espectador.

¿Cómo adaptó la obra a la gran pantalla?
La obra es un diálogo continuo. No hay actos, ni escenas realmente definidas. Los decorados no se especifican ni se diferencian, se está en todas partes a la vez: el aula, la galería, la casa, el parque. Mi primer trabajo fue crear una estructura temporal y espacial, organizar la historia en cuanto al tiempo y a las localizaciones.

A continuación pensé en situar la acción en Inglaterra. Desde el primer momento imaginé a los alumnos llevando uniforme, algo que ya no existe realmente en Francia. Germain ve a sus alumnos como borregos, un rebaño de imbéciles reducidos a uno por el uniforme, y de pronto sobresale un chico, el que está en la última fila. Pero situar la acción dentro del sistema escolar inglés requería una mayor adaptación y un largo proceso de casting. Fue entonces cuando se me ocurrió la idea de una escuela piloto que experimenta con la posibilidad del uniforme, un debate recurrente en Francia.

Eliminé y simplifiqué bastante. En la obra, a Rapha se le da muy bien la filosofía, al contrario que a Claude, el matemático. El diálogo de los dos chicos era demasiado sofisticado para lo que quería ilustrar, demasiado teatral, lejano. La obra desarrolla muchas teorías sobre el acto creativo. Solo me quedé con lo que me tocaba personalmente y trabajé la historia.

El problema fundamental era cómo representar lo que escribe Claude. Germain lee la primera entrega, alertando al espectador de que la narración continuará. Establecer el mecanismo desde el principio y con claridad me permitió liberarme mucho antes. La segunda entrega ya es visual y la comenta Claude, el narrador. Según avanza la película, la voz en off disminuye, sustituida por los diálogos y la imagen. Es una película.

Las lecciones de Germain son tan fascinantes como lo que escribe Claude. El hecho de evocar el proceso por el que se llega a la ficción no disminuye en absoluto el placer de ver cómo cobra vida en la pantalla, ni tampoco nos impide creérnoslo.
Sin embargo, lo que ocurre en la casa no tiene nada de notable, es banal. Llegué a preguntarme si no debería añadir algo dramático con el fin de llevar la película más hacia un thriller, darle misterio, tipo Hollywood. Pero me di cuenta de que el verdadero reto consistía en hacer de la normalidad algo fascinante: los problemas del padre en el trabajo, su obsesión por China; la pasión del hijo por el baloncesto y su afecto hacia Claude; el aburrimiento de la madre y sus sueños de decoración. Quería convertir estas cosas ordinarias en extraordinarias, contándolas y filmándolas para que la tensión incrementase. El guión fue concebido para aumentar la participación del público, para estimular la imaginación y hacernos participar en la historia. Faltan algunas piezas, y según progresa la película, la diferencia entre la realidad y lo que escribe Claude es cada vez más difícil de discernir. El montaje fue crucial para que el mecanismo original se fundiera en un segundo plano, reforzando las elipsis y jugando con la confusión entre realidad y ficción.

Incluso hace entrar a Germain en la ficción de Claude. Es una referencia a un mecanismo teatral que Bergman utilizó con mucho éxito en Fresas salvajes y del que se sirve bastante Woody Allen. No quería efectos especiales, quería que las intrusiones de Germain fueran de lo más concreto. Llega un momento en que Germain debe entrar en la ficción y convertirse en un participante activo. Cuando Claude besa a Esther, Germain sale de la despensa porque el deseo es demasiado intenso para él. Le aconsejó a Claude que amara a los personajes, y Claude se lo ha tomado al pie de la letra. Su propio discurso le tiende trampas.

Cuando Claude le pide a Esther que huya con él hacia el final de la película, nos preguntamos si realmente está ocurriendo o si se lo inventa.
Desde luego, sobre todo porque en la escena siguiente le vemos despertarse. Puede que lo haya soñado. La misma Esther le dice: “Lo que pasó entre los dos no existió”. Poco a poco, la realidad y la imaginación se funden porque para mí, al fin y al cabo, todo es real. Incluso el suicidio de Rapha, si Claude quiso que ocurriese. Hay que dejarse llevar por la ficción y no hacerse preguntas.

La música, insistente, recurrente, ayuda a que nos dejemos llevar.
Sí, quería una música rítmica que enganchara al público. La melodía que se oye durante la narración de Claude transmite una sensación de continuidad, tenemos ganas de saber qué va a escribir. Impregna toda la película. Al igual que con Swimming Pool, entregué el guión a Philippe Rombi antes del rodaje, y sus composiciones me inspiraron y ayudaron a determinar mis decisiones como director.

A pesar de no ser naturalista, en la película hay un fuerte subtexto social. Claude es un muchacho desfavorecido.
En la obra no queda claro. Solo se sabe que su padre sufre una minusvalía y que su madre no está, pero no va más allá. Necesitaba crear un contexto social para Claude. Desde el principio se nota que no pertenece a la misma clase social que Claude, pero solo al final descubrimos que vive en una casa muy modesta. Era importante que el origen humilde de Claude se descubriera y visualizara tarde para entender cómo su irónica búsqueda por encontrar un sitio en la familia perfecta se convierte, poco a poco, en un sentimiento de amor basado en una carencia afectiva.

¿Puede la película verse como un autorretrato?
No, pero sí me identifico con la relación entre Claude y Germain. Si algunos profesores significaron algo más para mí, fue porque hubo un auténtico intercambio, no me sentí totalmente subordinado. Lo descubrí bien avanzada mi educación, cuando ya sabía que quería ser cineasta. Me ocurrió con profesores como Joseph Morder, Eric Rohmer y Jean Douchet. Alimentaron, alentaron y confirmaron mis instintos, incluso a pesar suyo. Mis padres también son profesores y lo viví de cerca durante la infancia. Sé lo pesado que es leer exámenes un fin de semana; sé que hay alumnos favoritos, que hay tensiones con el director… Conocía bien el tema. Sé cómo enfocar lo que deben aguantar los profesores, las luchas, el cansancio, las ridículas restricciones que les impone el sistema educativo (como la idea de que un bolígrafo rojo puede estresar al alumno).

Otra sutileza de la relación entre el profesor y el alumno es que el alumno no supera al maestro. A Claude le gusta el libro de Germain, y al final son dos “iguales” sentados en un banco.
En la obra es diferente. Acaba en el banco del parque frente a la casa de Rapha. Germain se da cuenta de que Claude se ha inmiscuido en su vida privada y ha conocido a su mujer. Le da una bofetada, le dice que ha ido demasiado lejos y pone punto final a la relación, protegiéndose y quedándose con su esposa. Pero ese final no me parecía real. Pensé que en la película todo debía sufrir una conmoción. La crueldad de Claude va más allá y hay una auténtica interacción entre él y Jeanne. La vida personal de Germain se ve alterada de forma irreversible a través de su relación con Claude; todo está contaminado, como en Teorema, de Pasolini.
Pero al contrario que el personaje de Pasolini, Claude no manipula. Acaba involucrándose personalmente.
Claude cree que puede infiltrarse en la familia y destruirla desde dentro, pero descubre que el amor de la familia es más fuerte y no encuentra sitio, se le excluye. En muchas de mis películas destruyo a la familia, pero en esta, la unidad familiar tiene una fuerza centrífuga que les une y expulsa a los extraños. Es una familia autosuficiente. No necesitan hacer sitio a alguien de fuera, lo que me parece a la vez maravilloso y monstruoso. El dilema de Claude se debe a que es narrador y actor. Quiere encontrar un lugar en su historia y, al buscarlo, se enamora de Esther. Poco a poco, la historia se le escapa, ya no la controla, confunde el mundo imaginario con la realidad, se convierte en dos personas, en un personaje. Y al integrarse en la ficción, se quema las alas. Dice: “Mi profesor lo había perdido todo”, como él, en cierto sentido.

Una sensación de soledad, de exclusión, impregna la película.
Claude descubre la soledad y la exclusión al escribir, pero encuentra consuelo y apoyo en Germain. Por eso es importante que estén juntos en la escena final, en el parque de la clínica. En cierto modo, es un final feliz. Quise acabar la película mostrando el vínculo que une a estas dos almas solitarias que se necesitan para crear ficción. Visualicé la última escena muy pronto en el proceso: los dos en un banco, mirando ventanas como si fuesen pantallas de cine. Al igual que la protagonista de Bajo la arena, que corre detrás de un extraño en la playa, Germain y Claude prefieren la ficción a la realidad. Les hace sentirse vivos.

Fabrice Luchini está especialmente conmovedor en la escena final en el banco. El paso del tiempo se refleja en su rostro.
Sí, en cierto modo se ha rendido, se deja llevar, las grietas del personaje empiezan a verse. Ya no lleva gafas, se notan las bolsas debajo de los ojos, el cansancio, la edad. Fabrice es maravilloso porque carece de la típica vanidad de los actores en cuanto al físico, la imagen. No le dio miedo parecer ridículo. Queríamos volver a trabajar juntos después de Potiche, mujeres al poder, y era el actor idóneo para dar vida a Germain. Se metió de lleno en el papel, no sabía parar. Le gustaba mucho el personaje y se identificó hasta tal punto que en algunas secuencias no podía detenerle y seguía dando consejos a Claude. Cualquier director sueña con trabajar con un actor tan entregado, tan dispuesto para el papel. Se notaba que la película le interesaba, le daba la oportunidad de expresar su amor por la literatura. En Potiche, mujeres al poder, su personaje era un auténtico cretino, no tenía nada que ver con él, pero aquí se le parecía más.

¿Cómo escogió a Ernst Umhauer?
Claude tiene dieciséis años en la película y entendí que los actores de esa edad carecen de la madurez necesaria para el papel. Busqué actores con más edad. Durante el casting, le hice unas pruebas. Se parecía al personaje: es de una ciudad pequeña, no forma parte del círculo de actores parisinos. Es apuesto, pero su belleza es misteriosa, incluso perturbadora. Tenía veintiún años cuando rodamos, pero aún parecía un adolescente, era perfecto.

Germain y Claude forman una auténtica pareja y Fabrice sabía que Ernst debía ser creíble para que la película funcionara. Hizo prueba de una enorme generosidad y paciencia. Intentamos rodar cronológicamente siempre que era posible para que Fabrice descubriera a Ernst al mismo tiempo que Germain descubre a Claude.

¿Y Emmanuelle Seigner?
Me planteé el casting por parejas también para las mujeres. Debían ser complementarias, una rubia, otra morena; una intelectual, otra sensual; una masculina, otra femenina…

En cuanto empecé a desarrollar la historia de amor entre Claude y Esther, pensé en Emmanuelle. Hace años empecé un proyecto que nunca vio la luz, algo un poco como Verano del 42, acerca de una mujer que se enamora de un adolescente. Lo que más me gusta de Emmanuelle es que no intelectualiza, se mete directamente en la piel del personaje.

Emmanuelle Seigner es perfecta para el papel, sin embargo no suele interpretar a este tipo de mujer.
Suelen darle papeles de mujer sexualmente agresiva, pero EN LA CASA es maternal, dulce y tierna. Queríamos que fuera ingenua, carente de ironía, nada perversa. Es indolente, tiene deseos, pero se deja llevar. Le escogimos un vestuario, un peinado y un maquillaje poco llamativos, para crear lo que Claude llama “la mujer de clase media”. Pero su belleza aparece a medida que avanza la película, a través de la mirada de Claude y del amor que siente por ella.

¿Y Kristin Scott Thomas?
Hace algún tiempo que intentábamos trabajar juntos. Creo que se lo pasó muy bien con el papel. Es una actriz muy anglosajona. Puede hablar francés sin acento, pero la animé a que lo mantuviera. Me gustan sus pequeños errores en francés, son encantadores. Fue facilísimo trabajar con ella, y me causó el mismo placer que trabajar con Charlotte Rampling. A menudo tienen la misma entonación. Y la pareja que forma con Fabrice funciona realmente bien. La conexión intelectual es perfectamente creíble, hay química, sus pequeñas expresiones de afecto son naturales, recuerdan un poco a Woody Allen y Diane Keaton. Me alegré mucho cuando vi que disfrutaban trabajando juntos. Kristin, como Fabrice, ha hecho mucho teatro. Se comprendían.

¿Y Denis Ménochet?
Le había visto en Malditos bastardos, de Quentin Tarantino. Probé con otros actores, pero en cuanto me decidí por Emmanuelle, empecé a pensar en él. Les hice una prueba juntos y funcionó inmediatamente. Denis es un actor de método. Se documentó acerca del baloncesto y de China. Llegaba al plató con la lección aprendida y tuve que animarle a que la olvidara un poco. Tiene algo de Rapha padre, una presencia fuerte y sensual que encajaba a la perfección con el papel.

¿Y Bastien Ughetto?
Al principio imaginé el personaje de Rapha hijo como un chico gordo y torpe, demasiado protegido en casa y objeto de burla en el colegio. Pero el papel de chico gordo tiende a caer fácilmente en la caricatura. Vi una foto de Bastien, y su cara me pareció extraña y preciosa a la vez. Vino a verme y me gustó su presencia. Le vi en una obra de teatro y le hice unas pruebas con Ernst. Había química entre ellos; además, era capaz de mostrar candor, una ingenuidad mezclada con cierta dureza. Y como Ernst, tenía 21 años.

Caricaturiza el mundo del arte contemporáneo a través de Jeanne.
No, me limito a jugar con los lugares comunes que suelen decirse acerca del arte contemporáneo. La naturaleza vanguardista del arte que Jeanne expone sirve de contrapunto al clasicismo casi reaccionario que defiende Germain. Para él, la literatura está por encima de cualquier otra forma artística y desprecia sobre todo el arte contemporáneo, del que no entiende nada. Me pareció gracioso acabar la película con él mirando el edificio y sus habitantes en cajitas. Se parece bastante a la típica instalación contemporánea…

¿Por qué no usó el título de la obra, “El chico de la última fila”?
Me pareció que el título estaba demasiado centrado en un solo aspecto de la historia, la idea del proverbial “alumno de la última fila” que destaca, que es diferente, a menudo brillante, pero que difícilmente se adapta a la sociedad. Quería abrir el campo de visión porque todos los personajes son importantes y la casa es el núcleo de la historia, como ocurre en otras películas mías. El título EN LA CASA surgió de forma natural.

FILMOGRAFÍA
2012 EN LA CASA
2010 POTICHE, MUJERES AL PODER
2010 MI REFUGIO
2009 RICKY
2007 ÁNGEL
2006 UN LEVER DE RIDEAU (Cortometraje)
2005 EL TIEMPO QUE QUEDA
2004 5X2
2003 SWIMMING POOL
2002 8 MUJERES
2001 BAJO LA ARENA
2000 GOTAS DE AGUA SOBRE PIEDRAS CALIENTES
1999 AMANTES CRIMINALES
1998 SITCOM
1997 REGARDE LA MER (Mediometraje)